El Problema Antropológico

Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán
a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el
círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída.
Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí
mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la
tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde
logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta
concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una
“razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y
por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según
estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un
ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación
con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza
infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una
antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no
poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias
especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan,
por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales
están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al
problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el
hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el
ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera
dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su relación con el
animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña
parte de los resultados a que he llegado.
Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán
a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el
círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída.
Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí
mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la
tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde
logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta
concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una
“razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y
por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según
estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un
ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación
con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza
infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una
antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no
poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias
especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan,
por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales
están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al
problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el
hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el
ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera
dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su relación con el
animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña
parte de los resultados a que he llegado.
Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán
a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el
círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída.
Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí
mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la
tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde
logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta
concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una
“razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y
por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según
estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un
ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación
con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza
infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una
antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no
poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias
especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan,
por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales
están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al
problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el
hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el
ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera
dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su relación con el
animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña
parte de los resultados a que he llegado.
Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán
a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el
círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída.
Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí
mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la
tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde
logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta
concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una
“razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y
por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según
estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un
ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación
con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza
infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una
antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no
poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias
especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan,
por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales
están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al
problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el
hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el
ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera
dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su relación con el
animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña
parte de los resultados a que he llegado.
Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán
a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el
círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída.
Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí
mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la
tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde
logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta
concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una
“razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y
por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según
estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un
ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación
con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza
infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una
antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no
poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias
especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan,
por valiosas que sean. Si se considera, además, que los tres citados círculos de ideas tradicionales
están hoy fuertemente quebrantados, y de un modo muy especial la solución darwinista al
problema del origen del hombre, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el
hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el
ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera
dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su relación con el
animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña
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Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán
a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre sí. Primero, el
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mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la
tesis de que el hombre es hombre porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde
logos significa tanto la palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta
concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una
“razón” sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y
por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según
estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un
ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación
con que se combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza
infrahumana. Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una
antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no
poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias
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ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue quisiera
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animal y con la planta, y al singular puesto metafísico del hombre —apuntando una pequeña
parte de los resultados a que he llegado.
El hombre es, en filosofía, el objeto de estudio de la antropología filosófica.
 
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Dentro de la antropología general, cada una de las distintas dimensiones que componen al hombre, ha originado subdivisiones o antropologías especiales: la antropología física, la antropología cultural, la antropología social, la religiosa, la biológica, etc.; mientras que el estudio global del «hombre» seguiría correspondiendo fundamentalmente a la antropología filosófica. "Global" no es lo mismo que "total", ya que la antropología filosófica no es igual a la sumatoria de todas las antropologías especiales.
 
Por un lado es una ciencia, ya que es un conocimiento racional, sistemático, objetivo, etc. Pero por el otro, y debido a la peculiaridad que la caracteriza, al coincidir el sujeto y el objeto de estudio, es una reflexión, un análisis de los fundamentos de la misma noción de ser humano, y de la consideración de éste como punto de partida de todo conocimiento sobre sí mismo y sobre el mundo.
A lo largo de la historia se han elaborado muchas ideas que han intentado definir al hombre. Así, dependiendo del interés que se ponga en determinados elementos podrá entenderse al hombre como:
Un animal racional u "homo sapiens" (Aristóteles, Descartes).
 
Un ser religioso (Sto. Tómás de Aquino, San Agustín, Pascal)
Un sujeto trascendental (Kant, Husserl),
Un ser con historicidad (Hegel),
Un ser social definido esencialmente por el trabajo (Marx),
Un "homo faber" (Bergson),
 
Un ser simbólico (Cassirer);
Un ser instintivo (Darwin)
Un ser regido por lo inconsciente (Freud)
Un ser existencial (Heidegger, Sartre)
El énfasis que se ponga en considerar cada uno de estos aspectos, determinará las distintas orientaciones de la antropología filosófica.

La antropología filosófica apareció en la época moderna, ya que sólo a partir del siglo XVII pudo empezarse a considerar el hombre independientemente de la teología, y desde sus inicios estuvo fuertemente marcada por el dualismo car-tesiano y por el enfoque kantiano. No obstante, aunque moderna como disciplina filosófica, la reflexión sobre el hombre es tan antigua como la filosofía misma. En cierto sentido, enlaza con el ideal socrático del «conócete a ti mismo» y de la concepción aristotélica del hombre en-tendido como «animal racional», y surge del esfuerzo constante de la filosofía -con dos momentos particular-mente antropocéntricos: el Renacimiento y la Ilustración - por aclarar el concepto que el hombre tiene de sí mismo, y su situación en el mundo. Si la filosofía antigua giraba fundamentalmente alrededor de la noción de «cosmos» y reflexionaba sobre el hombre en relación con la naturaleza, y la filosofía medieval entendía al hombre como una parte del orden divino, solamente la filosofía moderna ha permitido desatar al hombre de estas ligaduras a la vez que, con ello, crecía la noción de sujeto y de individuo. En definitiva, pues, si es cierto que en toda filosofía hay una reflexión sobre el hombre, solamente a partir de la época moderna se abre una nueva perspectiva: el hombre ya no se entiende solamente desde su hipotética naturaleza, ni desde una perspectiva sobrenatural, sino que se liga a su acción, a sus producciones, a sus obras y a sus relaciones con los otros hombres.
 
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El tema del hombre aparece en la filosofía moderna entendido como «sujeto» o como «razón» y como último eslabón de todo preguntar filosófico.
Las preguntas de Kant al respecto hacen clásico el planteamiento y señalan este giro antropológico: «¿Qué puedo saber? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué es el hombre? A la primera cuestión, responde la metafísica; a la segunda, la moral; a la tercera, la religión y, a la cuarta, la antropología. Sin embargo, en el fondo, se podría poner todo esto a cuenta de la antropología, porque las tres primeras cuestiones se refieren a la última».
Las primeras reflexiones pertenecientes a una antropología filosófica se sitúan en Schelling, en Feuer-bach, en Kierkegaard, en Marx y en Nietzsche.
Especialmente relevante es la posición de Feuerbach, para quien el hombre es el único objeto universal de la filosofía, razón por la cual la antropología deviene la única ciencia universal a la que deben reducirse tanto la teología como la religión, y la única ciencia capaz de determinar claramente la separación entre el hombre y el animal.
Se considera, no obstante, a Max Scheler (1875-1928) como el iniciador de una antropología filosófica que tiene plenamente en cuenta el fenómeno de la cultura y la historia (El puesto del hombre en el cosmos, 1928). A partir de aquí, Scheler otorga al hombre un lugar especial en el cosmos, por su intencionalidad, su apertura al mundo, su libertad y por la capacidad de po-der trascender lo inmediato.
 
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También resumió las principales ideas de hombre con respecto al ámbito cultural occidental. Así postula que cada teoría de la historia encuentra su base en una determinada antropología, tenga o no conciencia de ello el historiador. Nos presenta tipos ideales que se encuentran a través del tiempo y que tienen vigencia en distintas culturas occidentales, más allá de los matices singulares, presentan cierta base común. Muy brevemente las presenta al inicio de una de sus obras, de la siguiente manera:



 
"Si se le pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas totalmente inconciliables entre sí. Primero, el circulo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída. Segundo, el circulo de ideas de la antigüedad clásica: aquí la conciencia que el hombre tiene de sí mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la tesis de que el hombre es hombre porque posee "razón", "logos", "frónesis", "ratio", "mens", etc., donde "logos" significa tanto la palabra como la facultad de aprehensar el "qué" de todas las cosas. Con esta concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una "razón" sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y por la psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según éstas el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación con el que se combinaría en él la energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana."  (El puesto el hombre en el cosmos. M. Scheler, Losada Bs. As.)
 
 
 

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